2.01.2009

El arte americano

A la izquierda de estas palabras hay una (mala) versión digital de las notas que un sujeto de trece años escribió el 17 de octubre de 1956, antes de ganarle a un campeón internacional de ajedrez. Por supuesto, ese día todos veían sólo a un niño; hoy vemos que desde entonces Bobby Fischer era peligroso. Quizá no como para llamarle "el juego del siglo", pero fue un buen juego.

Confieso que con esta notación me resulta muy complicado ver genialidad. Así son las cosas. Hay distintas armonías y arquitectónicas. Hay tensiones extra-notacionales que aumentan el valor del juego. El sudor no es notativo ni el vértigo estomacal.

Para un neófito el ajedrez es aburrido e incomprensible. Quizá se necesita Searching for Bobby Fischer para entenderlo. Es como ver con indecible tensión una carrera de F1: un grupo de coches dando vueltas; la rapidez no es excesivamente manifiesta. (Según los Simpson, en realidad sólo vamos a ver los choques.) Ahora bien: subirse a un coche deportivo y pasar de 0 a 100 kmh en 5 segundos es una gran cosa. Probablemente ilegal pero grande.

Y así llegamos al festival religioso más importante de febrero. El Super Bowl. Para los neófitos, igualmente, se trata de un juego en que 22 mamutoi intentan romperse los morros mutuamente. Además lo hacen durante tres horas interminables (por lo menos). Y si se quita la violencia física y las interrupciones, nos quedamos con esquemas incomprensibles, imposibles además de llevarse a la vida real (cualquier que haya jugado un Madden en el nintendo lo sabrá perfectamente).

Esto último es una ilusión. El futbol americano es sencillamente el juego que más tensión mental, emocional, física y coordinacional puede exigir. Armonía simpliciter simplex. En tensión. Arco y flecha. Anaximándrico. No es sólo como el soccer en que el equipo tiene que asumir una posición de modo que, "mal parados", malas cosas pasan. No es sólo como el beisbol en que la especialización es capital. Esto es discutible. Pero en el americano hay que cohonestar especialización y posición: identidad de opuestos. Y luego lograr que esto mismo lo asuman once personas a la vez. Un error de un segundo es la diferencia entre una bala de cuatro yardas al ala cerrada y un fumble. O un castigo de diez yardas. O un hombro dislocado. O yo qué sé.

No se trata de que el mariscal reciba el balón, se eche atrás, busque a un sujeto libre y le arroje un arco perfecto. No hay nadie desmarcado. No se trata de que el mariscal reciba el balón y se lo deje al corredor. No hay camino: la defensa cubre todo. Un sujeto puede estar desmarcado un segudo, y al siguiente un defensivo del otro lado del campo intercepta el balón, como Polamalu acaba de hacer contra Baltimore. Apenas reciba el balón el mariscal tiene enfrente a un defensivo. O dos o el colapso de su línea de protección. LeBeau, el genio defensivo de Pittsburgh, por cierto, es maestro del blitz. Y enfrente tiene al ex-genio ofensivo de Pittsburgh, Whisenhunt. Segundos: se trata de segundos. Una secuencia de pases relámpago puede ganar un juego en un par de minutos, como mil veces han mostrado el Brady y el Manning. Y aún eso da igual. Está muy bien tener estrellas, pero si no funcionan todos perfectamente, a la vez, no pasa nada. Kansas tiene estrellas, y ha tenido una de las peores temporadas posibles.

Eso es el americano. Perfección. Pura absoluta e infisurable perfección. Así es el arte americano: una armónica superior, un fractal de acceso privilegiado, una matemática sideral. El teúrgico orden cósmico, temístico. Eso es el futbol. Si alguien prefiere no llamarlo "arte", da igual. Lo importante es que los que sí lo hagan lleven hoy sus toallas terribles.


Y que algún maldito lugar por aquí lo pase. Y al margen releer: Death in the Afternoon.

2 comentarios:

Meruti Mellosa dijo...

¡Qué buen partido fue! Han sido buenos los super bowls.

david-. dijo...

¡Totalmente! Por eso es tan absolutamente genial tener amigos que inviten a verlo, aunque no sea para ellos el interés principa. ¡Salud a la humanidad!