9.18.2009

El Día de la Teúrgia, o de cómo Ibn Sînâ promete la bienaventuranza eterna

Hoy es el "día de la teúrgia", aquí en el acostumbrado lugar del pedantismo burgués autojustificante. Así que toca exponer alguna versión esotérica de felicidad tras la muerte. Escuehmos pues al viejo Avicena, quien explica que, para alcanzar la felicidad después de la muerte, el alma tiene que alcanzar en vida los conocimientos que siguen ("aproximadamente"):

Una concepción verdadera de los principios incorpóreos de la existencia; el convencimiento por demostración de a existencia de los seres incorpóreos; el conocimiento de las causas finales de las cosas que tienen un movimiento eterno (los astros); la comprensión del funcionamiento del universo, las relaciones de unas partes con las otras [¡ánimo, carajo!], y el orden que comienza con el Primer Principio y llega hasta el último ser; la comprensión de la providencia y el modo en que opera; la certeza de la existencia y unidad peculiares de la Causa Primera; y una comprensión del carácter propio del conocimiento de la Primera Causa, que alcanza el universo entero sin ser querer decir con ello que la Causa Primera sea múltiple o cambiante.

Eso es el mínimo. Entre más se sepa, a partir de ahí, más crecerá el hombre en su disposición para la felicidad.

Las almas que no alcance este conocimiento mínimo, y sin embargo tengan cierto aprecio por lo intelectual, sufrirán un dolor excruciante y una miseria absoluta después que mueran sus cuerpos. Las almas que no se interesen por lo intelectual sino por los placeres corpóreos sufrirán también al momento de su muerte, pero poco a poco se sentirán mejor. Los creyentes probablemente podrán hacer uso de su imaginación tras la muerte e imaginar todo lo que apetezcan: jardines y chicas de ojos oscuros o castigos y dolores, según crean merecer. Los idiotas alcanzarán una suerte de paz eterna sin darse cuenta de nada.

Es todo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

How _geek_ are you?

david-. dijo...

:(