Este clima social se revela también, con especial fuerza y claridad, en esa obra canónica de la época, Les Misérables, en la que Víctor Hugo, con toda intención, contrapone -como crítica atroz- las figuras de Javert y Jean Valjean, símbolos respectivamente del "hombre-ley" y del "hombre-humano".
El primero, hombre impávido, ejecutor inerte de la ley, en el que parecen concurrir como antaño el ministerio judicial y el misterio sacerdotal; el segundo, prototipo del hombre resentido contra el mundo legal y, por lo mismo, compasivo y misericordioso con los pobres y sufridos, más atento a la realidad que a la norma. Dualidad con la cual el autor parece querer señalar la necesidad de imponer límites al legalismo frío e inhumano.
Salvador Cárdenas Gutiérrez, El juez y su imagen pública. Una historia de la judicatura mexicana, Suprema Corte de Justicia de la Nación, Ciudad de Méjico, 2006
8 comentarios:
En tan sólo 3 párrafos, el autor muestra una gran clarividencia y un vasto conocimiento del siglo XIX. Enhorabuena
Eso es lo de menos: lo realmente importante es la penetración en el espíritu humano, por encima de la rigidez ideológica.
Salud por eso.
Sí, lo verdaderamente importante es lo humano.
O se puede decir al revés: lo verdaderamente humano es lo importante.
hay un aforismo latino que reza así: "summum jus, summa injuría"
salud
Es un gran trabajo para afrontar el tema del derecho positivo y el derecho natural.
MAESTRO...
Eso también está de mas. Pienso que es lógico lo que dice acerca de la "penetración del espíritu humano", pero lo importante es como lograr esa penetración de una forma adecuada, estar seguros que es verdadera, y eso sin caer en juego de la "rigidez ideológica"
"ya sabemos que tenemos que hacer, lo que no sabemos es como hacerlo"
Creo que eso sólo puede hacerse si la verdad y el bien coinciden sin pugna, y a la vez son encuentros de la persona sin ser fardos. Eso eliminaría, espero, la rigidez ideológica.
Creo que a esa coincidencia de verdad y bien se le puede llamar belleza. Se trata, entonces, de un encuentro existencial con la belleza. Para ser coherentes, el encuentro mismo debe ser personal.
Y ahí, me parece, es donde tendría que hablar la teología.
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