Por estas razones afirmo que quienquiera que se comporte correctamente con su patria debe librarse a sí mismo de toda pasión y enfermedad del alma. Debe también observar las leyes de la patria como si fueran segundos dioses, viviendo en acuerdo con su guía y, si alguno quisiera transgredir o cambiarlas, sufriendo todo esfuerzo para prevenirlo y oponerse a él de cualquier modo. Pues no es una buena práctica para una ciudad que las leyes se tengan en poca estima y que las innovaciones se prefieran a las antiguas tradiciones.
Es por esto que debe mantenerse alejados de los decretos y de esta innovación exacerbada a quienes se acercan de manera muy arrogante. Por esto, yo por mi parte soy favorable a Zaleuco, el jurista de los locrios, quien dispuso que quienquiera que promoviera una ley nueva lo hiciera con una cuerda atada a la garganta, de modo que fuera inmediatamente estrangulado y mueriera, a menos que ordenara la constitución original del estado de modo que fuera enfáticamente provechosa para la comunidad.
Hierocles, Tratado sobre el comportamiento con la propia patria
[En Estobeo, Antología, 3, 39, 36]
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